Crítica y práctica de la traducción en la obra de Rodolfo Oroz Scheibe

Crítica y práctica de la traducción en la obra de Rodolfo Oroz Scheibe

María Florencia Saracino[1]

[1] Docente de la Universidad de Buenos Aires-UBA/Investigadora del Instituto de Filología Clásica-IFC-UBA/La Sapienza Università di Roma/Universidad de Valladolid-UVA, ORCID 0000-0002-1290-8265


RESUMEN:

El presente trabajo aborda los criterios teóricos con los que el intelectual y académico chileno Rafael Oroz Scheibe (1895-1997) encara su actividad traductora durante la primera parte del siglo XX. Paralelamente se estudiarán los criterios críticos manifestados por Oroz sobre la labor de otros traductores. Finalmente,  nos enfocaremos en su  edición y traducción al español de la Historia Apollonii Regis Tyri realizada en 1955 que nos permitirá exponer algunas objeciones a los presupuestos a partir de los cuales desarrolla su tarea.

Palabras claves: traducción-crítica-edición-Chile.


ABSTRACT:

This paper deals with the theoretical criteria with which the Chilean intellectual and academic Rafael Oroz Scheibe (1895-1997) developed his translation activity during the first part of the 20th century. At the same time, the critical criteria expressed by Oroz about the work of other translators will be studied. Finally, we will focus on its edition and translation into Spanish of the Historia Apollonii Regis Tyri made in 1955 allowing us to present some objections to its work budgets.

Key words: translation-critic-edition-Chile.


La estrecha relación que el gobierno chileno mantuvo con Alemania durante la última parte del siglo XIX y comienzos del siglo XX tuvo como uno de sus objetivos modernizar el sistema de educación chileno y actualizar la formación de sus docentes (COLLIER S. y W.F.  SATER, 2004, p. 178-80). Por este motivo, el presidente Domingo Santa María (1881-1886) solicitó contratar profesores alemanes a través de funcionarios especialmente designados para esta tarea (SANHUEZA, 2011, p. 30-36). Las autoridades chilenas favorecieron la inmigración alemana en función del creciente prestigio cultural que gozaba dicha nación en ese momento, por lo tanto:

(...) son alemanes los colonizadores de la Araucanía; son alemanes los misioneros que se hacen cargo de la evangelización de los mapuches; son alemanes los profesores que echan las bases y dan fisonomía al recién fundado Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, aspiración de los intelectuales criollos que miraban como modelo al Seminario Pedagógico de Berlín. (VALENCIA, 1993, p. 137).

El objetivo era trasladar al ámbito chileno la rigurosidad científica y la praxis alemana no solo en el área de educación sino también en lo militar y científico-tecnológico. Asimismo se elogia el perfil secular de la formación pedagógica y la educación alemana, virtud muy polémica en el marco de la sociedad chilena puesto que la secularización del Estado era un punto de debate encarnizado. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial la influencia alemana mermó y dicha apropiación no pudo producirse en la magnitud anhelada por los gobiernos liberales que impulsaron estas reformas. Sin embargo, el intercambio entre ambos países se reanudó después del conflicto bélico y se sostuvo en el tiempo, aunque no con la misma intensidad (SANHUEZA, 2011, p. 36-38).

Este contexto nacional facilita la inserción del profesor Rodolfo Oroz Scheibe (1895-1997) en el ámbito académico chileno. El presente trabajo, entonces, se propone analizar cómo se concibe la actividad de traducción en distintos trabajos críticos del profesor chileno. A su vez se pondrá en relieve cómo dicha concepción se vincula con una formación académica foránea de cuño romántico-historicista (MASÍS,2009) a partir de la cual no sólo se puede identificar una definición de lengua, sino también una metodología de enseñanza-aprendizaje de la lengua latina que se apoya en los “beneficios” implicados en la adquisición de dicho capital simbólico. En este sentido, se pondrá de manifiesto que la transferencia cultural operada en los procesos de traducción no sólo se rige por los recursos textuales y lingüísticos sino también por normas socioculturales que los condicionan. Finalmente, cotejaremos en qué medida Oroz puede cumplir con las exigencias que manifestó hacia otros traductores. En este sentido, su edición de la Historia Apollonii Regis Tyri realizada en 1955 servirá para exponer algunas objeciones posibles a los presupuestos teóricos sobre su actividad traductora. En función de estos objetivos, este trabajo se apoyará en conceptos de la teoría del polisistema de G. Toury; de la sociología de la traducción de J. Heilbron, G. Sapiro y P. Casanova; y en el abordaje del rol del traductor que realiza A. Berman.

Rodolfo Oroz: enseñanza, lengua y función de la traducción

El afán de emular aspectos de la vida cultural alemana desató en Chile una polémica denominada por Eduardo de la Barra (1839-1900) como “embrujamiento alemán”. Según este intelectual y político chileno, la fascinación por lo alemán manifestada por ciertos sectores políticos, intelectuales y económicos iba en contra de la verdadera identidad chilena ligada a una educación de tradición francesa. Asimismo, denostaba el interés de los filólogos alemanes por la lengua mapuche y su influencia en el español chileno, por el registro coloquial y el folklore del país, puesto que consideraba una tarea inútil ocuparse de estos temas (SANHUEZA, 2011, p. 36-38). Esta polémica también es expresión de la tensión existente en el interior de la élite nacional debido a la polarización de la oligarquía en torno a la cuestión laico-religiosa (GAZMURI, 2012, p. 38-43).  A su vez, el rechazo manifestado por de la Barra está en consonancia con el discurso de “modernidad” que la clase dominante chilena pretendía sostener para ganar la sociedad e inversiones de naciones europeas (NORAMBUENA CARRASCO, 2007). En este sentido, el señalamiento del influjo de las lenguas y culturas originarias en el desarrollo de la lengua e identidad nacional no contribuía a la construcción de una imagen homogénea y europeizada del país.

Esta polémica, entonces, antecede y condiciona la tarea de académicos como Rodolfo Oroz, intelectual nacido en Chile pero que, a muy temprana edad, debió trasladarse con su familia a Alemania por la enfermedad de su hermano mayor. En 1901 se establecieron en Leipzig, donde Oroz realizó todos sus estudios hasta que en 1922 logró doctorarse en la universidad de esta misma ciudad. En 1923 se produce su regreso a Chile y allí es rápidamente nombrado Profesor de Literatura Grecolatina y de Latín en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Esta institución, de acuerdo con las políticas culturales que le dieron origen, supo capitalizar su metodología y formación alemana para ponerla al alcance de los futuros docentes e investigadores chilenos. Desde su vuelta al país natal y hasta su retiro profesional, toda la trayectoria académica del profesor Oroz estuvo fuertemente ligada al Instituto y a la Universidad de Chile, ámbitos donde ocupó diversos cargos como docente e investigador (CÉSPED BENÍTEZ, 1998, p. 15-20).

En diversas oportunidades Oroz explicita el carácter refundador de su actividad académica en un contexto en el cual los estudios grecolatinos estaban en una situación muy precaria. Así lo expresa en el prólogo de su Antología Latina,por ejemplo: ante “(...) el abandono imperdonable a que ha llegado, entre nosotros, el estudio de la lengua latina y de la literatura clásica (...)”, Oroz declara estar “deseoso de contribuir con mis pocas fuerzas a la obra de renovación de los estudios latinos (...)” (1927, p. 5). Específicamente señala la carencia de ediciones, la mala calidad de las pocas existentes y los numerosos errores que pueden encontrarse en ellas; por esto los estudiantes tenían muchas dificultades a la hora de conseguir buenos materiales de estudio. Asimismo, subraya la importancia pedagógica de la enseñanza y el aprendizaje de la lengua latina, legitimando así su lugar en los planes de estudio de profesorados y universidades. El capital simbólico de Oroz y la legitimidad cultural con la que cuentan las lenguas clásicas le dieron acceso a una posición importante dentro del campo académico en un momento en el cual las condiciones político-culturales le eran favorables.

Según Oroz, el manejo y conocimiento de la lengua latina asegura un mejor y mayor dominio del castellano. Esta relación la menciona tanto en el prólogo a su Antología Latina como en su Gramática Latina unos años más tarde:

al dar a la publicidad esta Gramáticano sólo he deseado contribuir modestamente a renovar en nuestro país los estudios clásicos, que últimamente han merecido cada vez más la atención de las autoridades educacionales, sino también a que la lengua castellana sea, en mayor grado, objeto de estudio científico (...). (1932, p. 5-6).

Nuevamente se menciona el afán de renovación pero esta vez se alude al interés creciente del gobierno en esta área de conocimiento, con lo cual se evidencia la existencia de una política estatal interesada en impulsar y estimular su crecimiento. También se pone en relieve la interdependencia entre el conocimiento del latín y el castellano, y la necesidad del estudio comparativo de ambas lenguas. En este sentido, Oroz concibe la lengua como una estructura cambiante, heterogénea, como un producto histórico; por lo tanto, conocer la lengua latina es conocer un estadio anterior de la lengua castellana que nos brinda un saber más profundo de esta última. La necesidad de realizar un “estudio científico” del castellano desplaza la mirada normativa sobre la lengua con el objetivo de estudiar su lógica, funcionamiento y características propias.

Al igual que su colega y predecesor académico en Chile, Rudolf Lenz (1863-1938) (VALENCIA, 1993, p. 138). Oroz piensa al lenguaje como un fenómeno psicofísico que nos permite entender la vida y cultura humanas (BERNASCHINA, 2013, p.124); y también es “un fenómeno social de cada nación y como tal toda explicación de lo existente debe fundarse en la historia del pasado” (LENZ, 1912, p.38). Esta identificación entre lengua, cultura y nación es deudora del romanticismo alemán, a través del Historicismo surgido a finales del siglo XIX, y de la formación filológica de estos pedagogos, quienes contribuyeron a configurar una nueva imagen de nación y cultura chilenas (SUBERCASEAUXS, 2007). Mediante la labor de Wilhelm  Dilthey (1833-1911), las ideas de Friedrich Schleiermacher han sido una influencia importante en la corriente historicista y Oroz pudo haber tenido contacto con ellas a través de su maestro Eduard Spranger (1882-1963), quien a su vez fue discípulo de Dilthey. De modo que puede trazarse una tradición de pensamiento alemán en relación con la cual Oroz produce su obra.

En este sentido, Schleiermacher señalaba que “la configuración de nuestros conceptos, el modo y los  límites de la posibilidad de combinarlos nos están previamente trazados por la lengua en que hemos nacido y hemos sido educados (...)” (1994, p. 228). En línea con esta idea, Oroz explica en el prólogo de su Gramática Latina que la gramática “regula la expresión del pensamiento latino” y es “una creación del espíritu humano, llena de vida y fuerza” (1932, p. 5). Esta concepción favoreció la configuración de un proyecto cultural y una identidad nacional contrapuesta a la que sostenía de la Barra, quien defendía un concepto de lengua esencialista, homogéneo y normativo (VELLEMAN, 2004), solidario de posiciones xenófobas y del panhispanismo que comenzaba a imponerse en esos años (BERNASCHINA, 2013). Una de las bases de este proyecto cultural chileno es la educación. A partir de un sistema de enseñanza “germanizado” se buscaba formar intelectuales, investigadores y docentes que contribuyeran a la modernización del país y legitimaran una idea de nación y cultura nacional, aportando un capital simbólico que brindara prestigio internacional al país.

Asimismo, la idea de traducción que se manifiesta en la obra crítica de Oroz es solidaria de su concepción de lengua y también es producto de su formación. En Traductores americanos de Horacio, analiza, entre otras, la labor realizada por de la Barra, quien critica severamente al poeta latino: “Nos queda de Horacio la letra sin la música. En estas mismas ruinas se advierten otras ideas y gustos que no son los nuestros (...) costumbres hoy no comprendidas, o repugnantes y abominables” (1899, p. 981). Aquí se plantea una distancia infranqueable entre la cultura fuente y la cultura meta que se constituye a partir de la moral cristiana del traductor y de la sociedad receptora de su trabajo.

De la Barra opera en el texto horaciano recortando, reinterpretando o reescribiendo aquello que no le parece acorde con la idiosincrasia cristiana. Por ejemplo, propone tres versiones en castellano del Beatus ille qui procul negotiis[2], la más literal es la siguiente: “Dichoso aquel que, extraño á los negocios, / libre de usuras, con sus bueyes labra/ la heredad de sus padres, al ejemplo/ de las antiguas gentes” (1899, p. 1014). Horacio es un poeta canónico pero, tal como explica su traductor, también es un escritor pagano que debe ser valorado en su justo término y adaptado para que pueda ser leído por el receptor contemporáneo (DE LA BARRA, 1899, p. 982). En función de este ajuste actúan las “normas operativas” (TOURY, 1985, p. 240-44): la traducción de de la Barra acentúa en la estrofa el rechazo al materialismo y la usura. Así, traduce el adverbio procul ‘lejos’como un predicativo subjetivo pero no en su acepción más exacta que sería locativa, ‘alejado’/‘distante’, sino con un sentido derivado y valorativo ‘extraño’. Al mismo tiempo reordena los sintagmas, dejando la proposición comparativa en evidencia al cierre de la estrofa y en este caso también relativiza con su traducción el carácter más amplio de las palabras latinas. De manera literal la traducción sería “como la antigua raza de los mortales” y no “antiguas gentes”, porque acota el sentido y parece reducirlo a una mera tradición cultural del pueblo romano, cuando el poeta se refiere a una realidad primigenia más universal. En este sentido, de la Barra “se somete a las normas activas en la cultura receptora (...) Las transformaciones del texto original serían el precio casi inevitable que habría que pagar (...) [porque] determina su aceptabilidad” (TOURY, 1985, p. 238).

Las traducciones de de la Barra se publican en una revista universitaria, Anales de la Universidad de Chile, que pertenece a un ámbito de producción restringida en el cual se priorizan los beneficios simbólicos antes que los intereses comerciales. En este sentido, dentro del campo intelectual chileno y como académico correspondiente de la Real Academia Española, de la Barra reforzaba la idea de la unidad lingüística hispanoamericana y de una norma determinada desde la metrópoli madrileña: “(...) lo que importa es transladar [al castellano] el espíritu poético del autor con armonía, soltura y elegancia, aun cuando de las traducciones libres y airosas que resulten digan que son des belles infidéles” (DE LA BARRA, 1899, p. 975).

Años más tarde y en la misma revista, Oroz le objeta a de la Barra que no comprende el sentido de la obra horaciana y luego cuestiona su pericia como traductor:

parece que el ilustre académico hubiese desconocido en absoluto el objeto de las traducciones y olvidado que todos los esfuerzos hechos por tantísimos hombres de talento no han tenido otro fin que dar una idea exacta y fiel del modo de sentir de los antiguos con elementos modernos. (1930, p. 1961).

El objetivo de la traducción, entonces, es la fidelidad al pensamiento antiguo que, en el caso de Horacio, se expresa mediante la lengua latina; por lo tanto, los “elementos modernos” y la lengua castellana deben estar al servicio de esa exactitud. Esto último es, según Oroz,  lo que de la Barra no logró: “Sus versiones (...) son, a mi juicio, en su mayoría, demasiado libres y no poco infieles. No queda mucho del espíritu poético del autor (...)” (1930, p. 1962).

Oroz también discute la labor juvenil como traductor de Marcelino Menéndez y Pelayo, intelectual a quien de la Barra había dedicado su trabajo sobre Horacio, y hace la misma crítica: la falta de fidelidad al “espíritu” del poeta. Al analizar la traducción del carmen 61 de Catulo que Don Marcelino realizó en 1875, el profesor chileno describe la cantidad de sustituciones, omisiones y reelaboraciones para señalar que “los pasajes escabrosos que el traductor suprimió por razones de pudor, [son] inexplicables en un hombre de ciencia que aspira a ser objetivo y fiel a la verdad (...) (OROZ, 1956, p. 17). Reaparece aquí la pretensión de cientificidad, y en este caso se explicita que la infidelidad al texto latino se debía a cuestiones ideológicas, a los principios morales y religiosos del traductor, por lo que esas traducciones eran, según Oroz, reescrituras o más bien “imitaciones interpretativas”.

La idea subyacente en estas objeciones es aquella que propone Schleiermacher como el mejor método a la hora de realizar una traducción, esto es, dejar  “al escritor lo más tranquilo posible y (...) que el lector vaya a su encuentro (...)” (1994, p. 231). Para lograr este objetivo el traductor debe conocer no sólo la lengua del autor sino también su pensamiento y forma de sentir (SCHLEIERMACHER, 1994, p. 229), luego debe explotar la maleabilidad de la lengua de llegada para ajustarse de la manera más fiel posible al sentido de lo que se está expresando en la lengua de partida. Esto implica que el resultado final puede complicar al receptor en la lectura pero en cambio se gana mayor correspondencia con la fuente; por lo tanto, el objetivo que Oroz persigue como académico es “hacer valer la obra respecto de su cultura de origen” (SAPIRO, 2008, p. 7).

La fidelidad, entonces, se constituye en un valor a partir del cual se defiende la rigurosidad y el estatus científico de la filología. Esta actitud se corresponde con la necesidad de legitimar una forma de entender la cultura nacional y de fortalecerla. Esta tarea se logra mediante la elaboración de productos culturales que contribuyan a consolidar un área de estudio e investigación capaz de respaldar con solidez un proyecto lingüístico-literario nacional que se desmarque del institucionalizado desde Madrid y la norma impartida por la Real Academia Española.

Legitimidad cultural y acumulación de capital lingüístico literario

Según lo mencionado, la posición de Oroz supone que la actividad traductora debería adoptar como “norma inicial” (TOURY, 1985, p. 237-38) el criterio de adecuación al texto fuente y por esto mismo resultaría más exacto. Sin embargo, la pretensión de una traducción ad litteram y toda norma de fidelidad al texto fuente también queda subordinada a restricciones políticas y culturales que, siguiendo a Gisèle Sapiro, condicionan la circulación y producción de bienes simbólicos (SAPIRO, 2014, p. 4-5). De modo que el argumento sobre la objetividad científica que utiliza Oroz para debatir con de la Barra y Menéndez y Pelayo pone en escena la disputa por la legitimidad lingüístico-cultural.

En este período, el dominio cultural que España podía ejercer sobre América Latina se veía amenazado por varios factores que señalaban un momento crítico del país y era percibido por ciertos intelectuales como “la decadencia” de España: la pérdida de sus últimas colonias en 1898, las independencias en América y el Caribe y la fragmentación en la península ibérica a causa de los nacionalismos autonómicos. Ante esta situación el objetivo de la élite intelectual y política española era modernizar el país para estar a la altura de las restantes potencias europeas y restablecer una “comunidad espiritual” entre la península y los territorios americanos que habían sido la extensión material de su imperio (BERNASCHINA, 2013).

Si, de acuerdo con Pascale Casanova, el capital lingüístico-literario está distribuido de manera desigual y supone una estructura jerárquica de naciones dominantes y dominadas (CASANOVA, 2002, p. 4), las posiciones sobre la traducción arriba mencionadas estarían cristalizando esta misma situación. El criterio de adecuación de Oroz es característico de las posiciones dominadas y se contrapone con la práctica traductora de Menéndez y Pelayo y de la Barra, quienes representan la posición dominante de la literatura y lengua española impuesta desde Madrid. La concepción de Oroz, entonces, estaría en consonancia con “un modo de acumulación de capital literario para las literaturas nacionales en vía de constitución (...)” (HEILBRON y SAPIRO, 2002, p. 4). Aunque Chile y España tienen como koiné el español, ambos países ostentan variantes diatópicas diversas producto del desarrollo histórico-cultural de cada región. Asimismo, a partir de las independencias cada país americano construyó discursos y símbolos propios que configuran una identidad nacional, y a su vez sus productos culturales compiten con España y las restantes naciones dominantes para ganar mayor legitimidad cultural.

A principios del siglo XX el campo literario chileno comenzó a producir nuevas narraciones de la nación y lo nacional. Estas historias redefinieron la imagen y concepto de nación e incluían un espectro más amplio de personajes y etnias con diversidad de oficios y actividades. Esta pluralidad se reflejaba también en el lenguaje y las costumbres representadas que rescatan lo popular y el registro coloquial (SUBERCASEAUX, 2007). En sintonía con estas narraciones, los estudios en relación con la dialectología chilena a cargo Lenz, Oroz y Rosales, entre otros, reforzaban el estatus de la variedad lingüística local (VALENCIA, 1993). En este contexto, podría considerarse que el objetivo de Oroz como agente cultural sería producir un “desvío de capital” (CASANOVA, 2002, p. 6) para que la literatura y la filología chilena ganasen peso propio y legitimidad cultural frente a la literatura y filología hispánica. Aunque las operaciones de “traducción-acumulación”, mencionadas por Casanova, se han aplicado a lenguas nacionales diferentes, este concepto permitiría abordar cómo funciona la práctica traductora de Oroz y visibilizar si está en línea con las posiciones críticas antes mencionadas. 

Oroz y su práctica traductora: la Historia Apollonii Regis Tyri (HART)

El lugar que ocupó Oroz en el campo intelectual chileno le permitió posicionarse de manera más autónoma a la hora de decidir qué y cómo traducir (SAPIRO, 2008, p. 5-7). De modo que se podría cotejar la coherencia entre su conciencia crítica y su propia traducción. La edición de la HART realizada por el profesor chileno es bilingüe latín-castellano y la selección del texto tiene como primera motivación un interés pedagógico. Esta novela tardo antigua está escrita en un latín muy sencillo que resulta de fácil lectura; por lo tanto, puede seguirse muy bien a partir de la traducción y con un nivel muy básico de conocimiento de la lengua latina. El texto latino carece de aparato crítico, tampoco se menciona en el prólogo la compleja tradición textual de la HART y se omite cualquier otro elemento erudito que pudiera generar una barrera para el público no especialista (ARBEA, 1995, p.74). Sin embargo, en la breve introducción Oroz destaca el valor de esta novela para la historia de la literatura occidental: “(...) la versión latina penetró en el ámbito de la literatura universal, ejerciendo una atracción irresistible durante muchos siglos. Ni el propio Shakespeare pudo sustraerse a su encanto (...)” (1955, p. 7). Por lo tanto, este texto tiene un valor simbólico muy importante porque, según su traductor, ha influenciado a los autores más significativos del canon europeo, además la lengua mediante la cual ha sido transmitida a través de los siglos tiene un valor cultural indiscutido.

Aunque la lengua de llegada de esta traducción, el español, ocupa una posición dominante en el marco de las lenguas nacionales europeas, en el contexto antes reseñado existía una tensión entre las variedades lingüísticas latinoamericanas, dominadas, y la variedad hispánica castellana (BERNASCHINA, 2013). En línea con las posiciones mencionadas, la práctica traductora de Oroz debería responder a sus criterios de “fidelidad” y la lengua de llegada debería reforzar y enriquecer la variante chilena del español en correspondencia con el rescate de las tendencias y modismos locales que se realizan desde la lingüística y la literatura.

Sobre el primer aspecto, la idea de correspondencia entre la lengua de partida y de llegada, no es posible lograr una adecuación absoluta en el proceso de traducción, aunque exista una pretensión de objetividad y cientificidad. En este sentido, siguiendo lo planteado por Berman, las tendencias deformantes constituyen el acto mismo de traducción y no pueden evitarse, aunque es posible tener conciencia de ello y reducir esta destrucción lo máximo posible (BERMAN, 1999, p. 1).

El primer aspecto que llama la atención de la traducción de Oroz es el paratextual, título y subtítulo: Historia de Apolonio de Tiro. La novela favorita de la Edad Media. En el título omite el calificativo de rex y agrega un subtítulo explicativo, donde destaca la popularidad del texto y lo sitúa temporalmente. La omisión quizá se deba a posibles connotaciones colonialistas y torna al título más general o abstracto. Pero también esta versión del título se acerca mucho a la romance, llamada Libro de Apolonio del siglo XII-XIII, con lo cual se produciría una asociación relacionada con una tradición común entre el original latino, el romance castellano y la traducción contemporánea de Oroz. En esta misma dirección apunta la aclaración del subtítulo, el contexto temporal original de la novela es la antigüedad tardía[3] y su popularidad comienza en ese momento, no en el Medioevo, aunque la Historia se sigue difundiendo copiosamente hasta el siglo XVI y XVII. Este tipo de cambios y agregados introducen una discrepancia con el texto de partida puesto que la “racionalización y clarificación exigen un alargamiento, un despliegue de lo que en el original se encuentra ‘plegado’” (BERMAN, 1999, p. 4). Esta misma operación se observa en el parágrafo XX, en el cual se desarrolla un diálogo y Apolonio dice: “(...) et a me patefacta deo volente et cui animus tuus desiderat, nubas/ y preparada por mi, con la ayuda de Dios, os casaréis con aquel al cual vuestro corazón desea”. (OROZ, 1955, p. 54-55). Aquí se presentan las características detalladas por Berman, la destrucción del “objetivo de concretud” propio de la prosa (BERMAN, 1999, p.3): el verbo patefacio, ‘descubrir’/ ‘revelar’, traducido con una connotación abstracta y relacionada con una actividad intelectual (OLD, 1968, p. 134-5), ya que Apolonio ha sido el maestro del personaje al cual se dirige; también el sustantivo animus relacionado con la razón y con la capacidad de decisión (OLD, 1968, p. 1306-07), se traduce aquí con una palabra que evoca el enamoramiento, más vinculado con lo emocional. Asimismo, se aplana la estructura sintáctica, convirtiendo un ablativo absoluto, deo volente, en un instrumental y se anticipa el verbo principal que en el texto fuente está al final de la proposición, con lo cual destruye la puntuación y el ritmo planteado en el texto latino. Se impone la necesidad de clarificar y agregar dos pronombres, “con aquel al cual”, mientras en el texto de partida simplemente está cui y la referencia queda establecida.

Con respecto al español utilizado por Oroz, dista mucho de ser la expresión de una variedad latinoamericana. Los usos castizos se evidencian una y otra vez con la segunda persona singular y plural, tal como se ve en el ejemplo anterior. La traducción también presenta adjetivos en posición epitética, por ejemplo: “(...) pierde el natural pudor (...)” (OROZ, 1955, p. 19). Estos usos dan una significación más poética y estilizada al texto que no refleja un lenguaje popular, ni siquiera coloquial.  Por último, el español de la traducción de Oroz homogeneiza el carácter plurilingüe de la novela: las variedades lingüísticas, los sociolectos y dialectos se uniformizan; por lo tanto, la “relación de tensión y de integración que existe en el original entre lengua vernácula y la koiné, la lengua subyacente y la lengua de superficie, etc., tiende a suprimirse” (BERMAN, 1999, p. 9-10). En este sentido, los usos propios del latín cristiano, misericordiam facere (p. 41), maledicere +ac. (p. 38), que debieron resultar contrastivos con la koiné para la recepción de la época, porque representaban una diferenciación social, en la traducción se unifican en un español que obedece a la norma castiza.

En conclusión, es posible observar a través de estos ejemplos cómo la práctica traductora de Oroz contradice los supuestos a partir de los cuales lleva adelante su labor como crítico y lingüista. Este contraste evidencia, por un lado, la “infidelidad” inherente de toda traducción y, por otro, la vigencia del dominio cultural hispano que impedía a un filólogo de la talla de Oroz considerar al español chileno como una lengua literaria. En este sentido, el capital simbólico del profesor, su formación filológica y su pretensión de cientificidad no bastaron, o tal vez fueron el mayor impedimento, al momento de capitalizar en su traducción los rasgos de la lengua vernácula y escapar al panhispanismo propio de su época.

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Submetido em 09/05/2018; Aceito em 31/08/2018


Notas

[2] “Beatus ille qui procul negotiis, / ut prisca gens mortalium,/paterna rura/bubus exercet suis/solutus omni faenore (...)” (HORACIO, 1912).

[3] El concepto de Antigüedad Tardía ya había comenzado a circular en los tiempos de Oroz. El primero en afirmar el concepto fue Alois Riegl (1858-1905) (SÁNCHEZ VENDRAMINI, 2012).

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